Visto y oído por Fray Reginaldo (Segunda parte) - Diario Alfil

2022-09-24 07:19:45 By : Ms. Carry Chan

La “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile” del padre Lizárraga, provee una miscelánea de observaciones y anotaciones, con algunas estampas referidas a Córdoba en 1589.

Por Víctor Ramés cordobers@gmail.com

El padre Reginaldo de Lizárraga esquivó cuanto pudo los cargos jerárquicos, para poder dedicarse más a la escritura. Pero su orden lo promovió en diversos momentos a responsabilidades mayores, por lo que debió asumir como obispo en diferentes jurisdicciones, y viajar muy seguido. Es así como dejó el Perú para recorrer el Tucumán y dejar noticias sobre la ciudad de Córdoba, para enriquecer nuestro interés. En sus viajes tuvo ocasión de observar la presencia de geodas en la región, piedras basálticas que en su interior contienen cristales, a las que el religioso atendió con gran curiosidad. Estas formaciones de origen volcánico fueron descriptas también por otros cronistas (entre ellos Félix de Azara, a fines del siglo XVIII) quienes mencionaron sus estallidos, fenómeno en general poco observado. Escribe Lizárraga: “Hállanse en esta provincia de Tucumán unos pedazos de bolas de piedra llenos de unas punctas de cristal, o que lo parece, labradas, transparentes, unas en cuadro, otras sexavadas; yo las he visto y tenido en mis manos; estas punctas están muy apeñuscadas unas con otras, y tan juntas como granos de granada; son tan largas como el primer artejo del dedo de en medio, comenzando desde la lumbre del dedo, y gruesas como una pluma de ánsar con lo que escribimos; he dicho todas estas particularidades por lo que luego diré; estas bolas son tan grandes y tan redondas como bolas grandes de bolos; críanse debajo de tierra, y poco a poco la naturaleza las va echando fuera; cuando ya (digamos así) están maduras, y un palmo antes de llegar a la superficie de la tierra, se abren en tres o cuatro partes, con un estallido tan recio como un arcabuz disparado, y un pedazo va por un cabo y otro por otro, rompiendo la tierra; los que ya tienen experiencia dello acuden adonde oyen el trueno y buscan estos pedazos, que hallan encima de la superficie de la tierra; yo creo que, fuera destas punctas, hay en medio de la bola alguna cosa preciosa que naturaleza allí cría y no la quiere tener guardada. Aquellas punctas, si las labrasen lapidarios, deben ser de algún precio; allí no las estiman en cosa alguna.”

En otra dirección de estos apuntes “misceláneos”, el docto dominico señala la presencia de religiosos de diversas órdenes en su caminar por el Tucumán, y los reporta a su paso por Santiago del Estero. También cuenta su intervención, ejerciendo la autoridad concretamente sobre frailes de su misma orden: “En esta provincia hay algunos religiosos del Seráfico San Francisco, y en todos los pueblos tienen, desde Salta a Córdoba, conventos pequeños de uno dos religiosos; sólo en Santiago del Estero se sustentan cinco o seis muy escasamente. Pasando yo por esta provincia (y esto me compelió a ir por ella a Chile) hallé seis o siete religiosos nuestros, divididos en doctrinas; uno en una desventurada casa en Santiago; más era cocina que convento; es vergüenza tratar dello, y teníanle puesto por nombre Santo Domingo el Real; viendo, pues, que no se podía guardar ni aun sombra de religión en él, los saqué de aquella provincia; es cosa de lástima no haya ningunos religiosos en ella, porque un solo fraile en un convento, y en un pueblo, ¿qué ha de hacer? un ánima sola, decimos, ni canta ni llora, y más en tiempos tan miserables donde las cosas van tan de caída. De Nuestra Señora de las Mercedes hay cual o cuales religiosos, y esto de la provincia de Tucumán.”

Una escena que tiene lugar en la ciudad de Córdoba introduce uno de esos momentos de vida cotidiana, un encuentro e intercambio de información entre el dominico, quien se aprontaba a viajar a Chile, y un vendedor ambulante que transportaba productos desde la cuenca del Plata y se dirigía a Santiago del Estero. La referencia resalta la importancia de Córdoba por su ubicación como punto que muy temprano articulaba los rumbos del Paraguay y Buenos Aires con Chile y el Perú. El mercader también le transmitió al fraile un juicio benigno sobre los originarios de la región del Bermejo, de donde él venía. Aquel hombre, aunque en carreta, pudiera ser uno de los primitivos gauchos, los gauderios del Plata.

“Estando yo en Córdoba llegó allí un mercader con tres o cuatro carretas cargadas de vino bonísimo y conservas, y le compré dos arrobas para mi viaje de allí a Chile, a quince reales de a ocho el arroba, y pasó con ello a Santiago del Estero, y estuvo determinado ir a Chile, donde las conservas y azúcar vendiera muy bien. Salieron de la Asumption pocos años ha, no son ocho, a poblar el rio llamado Bermejo, donde sin dificultad los indios, que son muchos, se redujeron; son los más ingeniosos que se han hallado en estas partes; tienen buenas casas, a dos aguas; hacen arcos de madera de medio puncto, como si a compás los sacasen; vi en Santiago del Estero una muchacha que, sin haber tomado aguja en su vida en la mano, labraba como si desde que nació se hubiera criado labrando.” Fray Reginaldo resalta la presencia de gente originaria durante su trayecto, en uno u otro sentido, por el camino del Tucumán. Se destaca su referencia a las boleadoras, que los pueblos quechuas llamaban “aillo”, bolas de metal atadas a unas cuerdas que usaban para golpear y para capturar. “En el camino de Córdoba a Buenos Aires, y desde Santa Fe por tierra, es necesario ir muy apercibidos de armas y arcabuces, y en las dormidas velarse, porque salen algunas veces indios cazadores de venados, y fácilmente se atreven contra los nuestros; sus armas son arco y flecha, como los Chiriguanas, y demás desto usan de unos cordeles, en el Perú llamados aillos, de tres ramales, en el fin del ramal una bola de piedra horadada por medio, por donde entra el cordel; estas arrojan al caballo que va corriendo, y le atan de pies y manos con la vuelta que dan las bolas, y dan con el caballo y caballero en tierra, sin poderse menear; destos aillos usan para los venados; pónense en paradas, y como va el venado corriendo lo ailla fácilmente.”

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